Alonso Quijano, a partir de las
ficciones que lee, inventa una ficción (don Quijote). Esa ficción inventa un
narrador (Cide Hamete). Ese narrador inventa
un autor (Cervantes), que a su vez inventa otros narradores (que para
eso es autor), que inventan una narración que a su vez inventa unos lectores,
uno de los cuales inventa otro don Quijote, el cual inventa otro autor
(Avellaneda), quien a su vez inventa también otros lectores inventados por otro
autor (Cervantes) que han leído ese Quijote de Avellaneda y el otro Quijote de
Cervantes, lectores que a su vez son leídos por otros lectores que acaban
inventando todos los Quijotes apócrifos que leemos desde entonces.
Toda ficción se inventa a sí
misma. Porque la ficción siempre supera a la ficción.
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