domingo, 9 de agosto de 2020

LOS OBREROS DE LA TORRE DE BABEL

 

LOS OBREROS DE LA TORRE DE BABEL

Durante años esperamos aquí arriba, ateridos, sedientos y hambrientos. Muy de vez en cuando, cada vez más espaciadamente, llega algún portador con la vasija de agua casi vacía, algún mendrugo duro como piedra, o alguno otro con una carga, si acaso, de dos o tres ladrillos de adobe. Nos sorprendemos, porque apenas si entienden ya lo que decimos, como si hablaran otras lenguas.

PIETER BRUEGEL EL VIEJO: LA TORRE DE BABEL

jueves, 6 de agosto de 2020

TODA FICCIÓN SE INVENTA A SÍ MISMA


Alonso Quijano, a partir de las ficciones que lee, inventa una ficción (don Quijote). Esa ficción inventa un narrador (Cide Hamete). Ese narrador inventa  un autor (Cervantes), que a su vez inventa otros narradores (que para eso es autor), que inventan una narración que a su vez inventa unos lectores, uno de los cuales inventa otro don Quijote, el cual inventa otro autor (Avellaneda), quien a su vez inventa también otros lectores inventados por otro autor (Cervantes) que han leído ese Quijote de Avellaneda y el otro Quijote de Cervantes, lectores que a su vez son leídos por otros lectores que acaban inventando todos los Quijotes apócrifos que leemos desde entonces.

Toda ficción se inventa a sí misma. Porque la ficción siempre supera a la ficción.

El Quijote: ¿La respuesta más genial de la historia de la ...


sábado, 1 de agosto de 2020

LEOPOLDO LUGONES Y EL TALISMAN DE LA DICHA

Hay un maravilloso —en todos los sentidos—, un maravilloso relato de Leopoldo Lugones, “El talismán de la dicha”, en un librito (un pequeño joyero) titulado Filosofícula (1). En ese breve relato un príncipe mogrebino decide buscar el anillo de Salomón, el talismán de la dicha. No contaré sus peripecias ni sus avatares, sólo citaré su doble moraleja final, grabada en el reverso del pectoral de cobre que cubría la momia de Salomón: «Para ser dichoso, no hay más que afrontar el secreto de la muerte. Pídela si quieres.» Y a continuación se ofrece otra opción: «Mas, para no ser desdichado, basta alcanzar con dificultad las satisfacciones de la vida.» El príncipe mogrebino «decidió simplemente no ser desdichado…»

Leopoldo Lugones, tras haber optado por la primera al igual que el príncipe, el 18 de febrero de 1938, en Tigre (Buenos Aires), decidió finalmente afrontar el secreto de la muerte. Como un Sócrates moderno, ingirió whisky con cianuro.

(1) Eneida, colección Confabulaciones, Madrid, 2013


Leopoldo Lugones junto a su esposa Juana Agudelo