ARPAS
Y MANOS DE NIEVE
Proust es una magdalena. Una vez que lo has
leído, todo aquello que él recuperó en su busca del tiempo perdido, también lo
recuperas tú a través de él. Así, cuando yo estaba contemplando las
figuras todas del pórtico de la catedral, pronto reparaba en una de ellas y
entonces me decía: “esa posee la mano de nieve que despierta el arpa”. Y el
arpa era ya el arpa de Proust, porque aquella imagen maravillosa parecía
«despertar aquel canto con arpas que entonces se elevaba» sobre las
«conmovedoras efigies que ennoblecen para siempre la fachada venerable y
seductora de las catedrales», tal como lo escribiría Bergotte. Momentos en que «la
sensibilidad, que la dicha hizo callar como arpa ociosa, quiere una mano que la
haga resonar, aunque sea brutal, aunque la rompa» (1). Y asimismo el arpa de Proust
convertía a éste en un Lázaro que despertaba también el arpa de Bécquer, y la
mano que la hace resonar era la “mano de nieve” que arrancaba en mí notas nunca
oídas.
(1) Por el camino de Swan, Marcel Proust
Con agradecimiento a www.romanicoaragones.com por la imagen
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